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HERIDAS IN-VIH-SIBLES

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Tras conocer su diagnóstico en 1994, la escritora y activista Marta Dillon publicó durante diez años la crónica semanal Vivir con virus en el diario argentino Página 12. Gracias a los relatos de su vida cotidiana Dillon dio voz a cientos de mujeres anónimas que le escribían al diario, por eso en el prólogo del volumen que reúne esas crónicas, reivindica la importancia de colectivizar las experiencias:

"Es en la comunidad donde existo, resisto, amo. Aunque sus constelaciones muten y sus diseños a veces se tracen sobre heridas".

Compartir con otres permite sobrellevar el malestar singular y la condición de paciente que impone el tratamiento médico, sin embargo no todas las personas cuentan con los mismos recursos para hacerlo.

Poco después de recibirme de psicóloga comencé a trabajar voluntariamente con mujeres seropositivas que llegaban a testear a sus bebés al Centro Nacional de Referencia para el SIDA, en Buenos Aires. Junto a otras profesionales, sostuvimos precariamente durante cinco años ese espacio de asesoría, entrevistando a más de trecientas mujeres. La mayoría llegaba desde la periferia de la ciudad, donde vivía en situaciones socioeconómicas precarias y en aislamiento por temor al estigma; siendo, además, las principales responsables del cuidado de su familia. Después del diagnóstico, a menudo conocido en el embarazo y vivido como traumático, atravesaban duelos por los ideales sociales –corporalidad, salud, maternidad, pareja, etc.– que podían superar según sus recursos personales y profesionales. Muchas adoptaban mecanismos de defensa, negando el diagnóstico, culpabilizándose o victimizándose; pocas lo asimilaban, pudiendo asumir sus cuidados y seguir con sus vidas.

Desde los inicios de la pandemia del SIDA, las mujeres tuvieron poca visibilidad y en los países latinoamericanos, donde predominó la vía sexual de transmisión, ocuparon dos lugares opuestos y estigmatizados: la esposa y madre cis-heterosexual víctima de su pareja o la prostituta –cis o trans–, culpable de una sexualidad juzgada excesiva y promiscua. Otras feminidades –las mujeres mayores o las lesbianas– quedaron completamente invisibilizadas. En el ámbito sanitario esto se confirma en las campañas de prevención dirigidas, fundamentalmente, a la transmisión vertical del virus y a las trabajadoras sexuales. Sin embargo, también se refleja en el imaginario cultural, en lo que la investigadora chilena Lina Meruane nombra como el síndrome de la desaparición femenina en la literatura positiva latinoamericana.

La falta de visibilidad femenina y la reproducción de estereotipos fomentan el estigma y los prejuicios, promoviendo el aislamiento y el malestar emocional. Esta galería aborda la problemática de la invisibilidad femenina en el imaginario del Sida, enfatizando la importancia del arte y del activismo, para contrastarla. Las obras exhibidas dialogan con algunos de los fragmentos de las entrevistas, para que las voces de las mujeres superen el limitado espacio sanitario y se conecten con otras, empoderándose y colectivizándose.

A continuación se puede ver el video de Lucía Egaña Rojas Síndrome de la desaparición femenina, producido para el Day With(out) Art 2020, cuyo guión se hizo a partir de los testimonios de mi investigación doctoral y denuncia la poca visibilidad de las mujeres viviendo con VIH en los debates sobre la epidemia.

Agradezco al curador argentino Nicolás Koralsky sus consejos y al traductorx peruanx Hector Acuña/Frau Diamanda su cuidadoso trabajo.